Visitamos el corral Cabito, en la playa Cruz del Mar - Las Canteras, uno de los nueve corrales de pesca que permanecen activos en Chipiona.
Vista desde El Faro de Chipiona de los cuatro corrales de la playa Cruz del Mar-Las Canteras
En una jornada organizada por la Asociación Gastronómico Cultural "Agar Agari" y la Delegación de Turismo de Chipiona, pudimos entrar en este corral guiados por Andrés Sampalo Lozano, catador este año de ese corral de Cabito y miembro de la Asociación de Mariscadores de Corrales de Chipiona,
JARIFE. El catador de un corral tiene derecho a ser el primero en pescar o mariscar en el corral, además de dirigir la explotación del mismo. A cambio es responsable del mantenimiento del corral.
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Los corrales de pesca son una pesquería de trampa pasiva que, aprovechando los cambios de marea, captura los pescados que entran con la marea alta pero que quedan atrapados en pozas y recovecos en la marea baja. Cuenta el antropólogo Florido del Corral, al que seguiremos en todas estas explicaciones, que los corrales pueden ser de piedra o de cercados de cañas, estacas y redes, como las que existían en Cantabria o los que aún se arman en el Mar Menor. Los corrales de Chipiona, Rota y Sanlúcar son los más importantes y mejor conservados corrales de piedra de la península.
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Son un arte de pesca centenario. Hay noticias concretas de su explotación por Órdenes Religiosas o por grandes propietarios en el siglo XIV. Algunos hallazgos arqueológicos o menciones en textos romanos hacen pensar que tienen su origen en ese tiempo. El gaditano Columela cita los corrales como piscinas donde se criaban pescados y ostiones, aunque es de suponer que también se usaran para extraer el pescado que entrara con las mareas.
Los corrales de piedra se emplazan en lugares de la costa que cumplen unas claras condiciones: que haya una gran diferencia de aguaje entre las mareas altas y baja, que la pendiente del terreno sea suave y que no sean frecuentes los temporales. Por eso se encuentran en zonas de mareas vivas, como las de las costas atlánticas. Además, se han ubicado en zonas con grandes rocas planas, en las que la erosión del tiempo provoca huecos y canales donde puedan refugiarse los peces.
Aprovechando estas condiciones naturales, el hombre ha ido perfeccionando la trampa de pesca de estos corrales. Se cierra en su exterior con piedras ostioneras que levantan un dique de alrededor un metro y medio, compactado con grava y con los ostiones, conchas y escaramujos que, con el tiempo, se van adhiriendo a las paredes. Estos muros tienen huecos, los caños, para que circule el reflujo de la marea. Estos boquetes tienen rejas, antiguamente hechas de sarmientos de vid, para que los peces no escapen.
Aparte del dique que cierra el corral, hay otros interiores, los cercaíllos, que crean parcelas más pequeñas, para que sea más fácil capturar los pescados y mariscos que hayan quedado atrapados.
Hay otras paredes más pequeñas, pareíllas o atajos, para orientar el desagüe. Los pescadores de corral conocen cada lagunilla con un nombre característico. Las pozas son las zonas siempre cubiertas de agua donde están las piezas a capturar. Los pescados y moluscos se ocultan bajo las piedras, bien las naturales o solapas, o en otras colocadas allí a conciencia, como trampa, las jarifas.
Una jarifa, con tres puntos de apoyo para poder introducir los útiles de pesca
Aprovechando la bajamar el catador entra en el corral buscando pescados y mariscos que cumplan la talla. Cubierto con unas botas de vadear que le llegan al pecho, va provisto de un bidón (antes, un seroncillo) para guardar las capturas; de un cuchillo de marea, curvo y sin filo, para atontar la pieza; de una fisga o fija, vara metálico con un tridente en un extremo y un garabato en el otro, para hurgar bajo las piedras; de un francajo, vara de madera acabada en un pincho de varias puntas; un pincho almejero, curvado; y la tarraya, red circular y plomada para capturar el pescado.
En nuestra visita vimos abundantes ortiguillas, erizos, camarones, un pulpo, una raya pequeña, algunos capitanes pequeños y huellas de chocos. Muchos alevines, porque el corral es lugar importante para el desove.
Una ortiguilla
Los pescados más frecuentes en los corrales son gobios, sapos, congrios, morenas. También entran otros del litoral atlántico gaditano como mojarras, sargos, doradas, lisas, salemas o rascasios. Andrés nos contó que, meses atrás, entró incluso un atún rojo. Como los que cuenta Agustín de Horozco, a finales del XVI, que huyendo de las orcas quedaban en seco, al sur de Cádiz, en "baxios y corrales".
No tuvimos suerte con la pesca en nuestra excursión. Ya no entra pescado en los corrales como los que, hasta hace pocas décadas, se vendían en carretillas por Chipiona. La pesca intensiva y las artes de arrastre que destruyen los fondos están vaciando los caladeros. Ahora un turismo responsable permite valorar el enorme valor patrimonial de este histórico arte de pesca y del ecosistema singular que lo sostiene.