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Corrales de pesca en Rota

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Iniciamos el Segundo Encuentro de Blogueros gastronómicos de Cádiz y Sevilla en Rota, una iniciativa de Pilar Ruiz Rodríguez Rubio, organizada por la Delegación Municipal de Turismo este pasado sábado 7 de septiembre, con una visita a los corrales de pesca de esa localidad, declarados Monumento Natural de Andalucía desde el 2001. Un corral de pesca es una parcela de la franja intermareal rocosa de una playa, delimitada artificialmente con un muro circular o de media luna, construido expresamente para capturar en bajamar los peces y moluscos que entran en esa zona con la marea alta. Actualmente existen cinco corrales en Rota, situados en la playa de Los Corrales, junto a la de La Almadraba, donde está el Hotel Playa de La Luz. Son los corrales de Encima, En medio o San José, Chico, Chiquillo y San Clemente. Existe un proyecto de recuperación de los otros tres corrales perdidos que existían en 1971, los de Punta Candón, La Corraleta y Hondo. Existen también corrales de pesca en la cercana Chipiona.

Se tienen noticias de corrales de pesca desde tiempos romanos, aunque también se les atribuye un origen fenicio. El agrónomo gaditano Lucio Columela ya describió esta técnica de pesca en el siglo I, sin localizar ninguno. La referencia escrita más antigua de un corral en Rota es de 1399, cuando Pedro III Ponce de León, Señor de Marchena, donó unos corrales de pesca situados en la punta de La Cuba, en el término de Rota, a los monjes agustinos del Monasterio de Regla.


Nos explicó el proceso de restauración de estos corrales y las técnicas de pesca y recolección empleadas aquí tradicionalmente, David Campos, presidente de la Asociación de Corraleros de Rota, creada en el 2006. Empezó identificando los corrales existentes y teniendo algún recuerdo sobre la destrucción de algunos de los perdidos. Como el que existía junto a la antigua almadraba de atunes de la playa de La Luz, donde los lanchones para pescar el atún se amarraban en postes de piedra y, con el oleaje, golpeaban el muro del corral. Terminó quitándose el corral porque era más rentable la almadraba. O narró la pérdida del corral de Punta Candón cuando se situó allí un campo de tiro. Su propia familia fue propietaria de alguno de esos corrales, como el comprado a la familia Chupeta, agricultores mayetos que también, como era costumbre, completaban ingresos con la explotación de estos corrales. El corral de San Clemente estaba dedicado a la beneficencia, siendo explotado por monjes.



Nos enseñó los aperos y utensilios tradicionales de esta pesca. El ceroncillo (cerón de esparto), para guardar las capturas, hoy sustituido por un cubo de plástico; el pincho almejero, una aguja de hierro, con mango o sin él, de unos veinte centímetros, terminada en punta curva, para hurgar en el fango o bajo las piedras, para capturar almejas; el francajo, una punta de tres a cinco pinchos de hierro con mango largo, que sirve para hurgar bajo las piedras y capturar pulpos, pescados o chocos; el garabato, un pincho de hierro terminado en gancho, que sirve para sacar pulpos, pescados y erizos de sus refugios; la espadilla, como un cuchillo largo pero sin filo, que no corta, usada en las mareas nocturnas, cuando se atrae el pescado con la luz de carburo, y se le golpea en la cabeza, que no en el lomo, para no amoratar su carne y que se perdiera para su consumo. La red de pesca, o terralla, es circular, con todo su perímetro con plomos para que caiga al fondo y tirantas para hacer bolsa, con una pequeña boya y una cuerda en el centro del círculo, desde la que se tira para subir la red que, con los plomos va cerrándose por abajo, dejando las piezas capturadas sin posibilidad de escape. 


El corral está delimitado por el muro. Se construye sobre un cimiento, llamado zapata, muy sólido y no visible. El muro se levanta sobre ese cimiento con piedras planas puestas en vertical y pegadas unas con otras, antiguamente piedras ostioneras, que se iba compactando con escaramujos y ostiones; ahora con cemento u hormigón. El muro aumenta en altura a medida que se adentra en el mar, teniendo una anchura de un metro. Para conseguir que el agua siga saliendo una vez que esté por debajo de la altura del muro, existen unas aberturas a lo largo del muro, o caños, cerrados con rejillas para que el pescado no escape por allí. Ahora son metálicas pero antes estaban confeccionadas con sarmientos entrelazados.


Dentro de los corrales existen otros muros más pequeños que separan las distintas partes del mismo. A cada charca se le llama pescaero, y tienen un nombre para facilitar su localización. Dependiendo de la orografía, pueden tener, en la bajamar, más o menos agua. La pesca suele buscarse bajo las grandes piedras planas, que es donde se refugian. Cuando esas piedras están en su ubicación natural se les dice "de solapa". Otras veces, es el propio corralero el que coloca una piedra para que sirva de refugio trampa a los animales que entran en el corral. En este caso, a esas piedras se les llama "piedras de hurgar".


El arte de pesca es conocido como terralla (o tarraya), nombre de la red, ya descrita. Se tira la red, normalmente sobre la piedra de refugio, de modo que la rodee completamente. El pescado trata de huir y se queda enmallado en la red. Al tirar hacia arriba, la red se cierra por abajo, encerrando la captura. Los plomos, además de servir para cerrar la red, permiten darle el peso suficiente para ser lanzada a distancia.


Con este arte se capturan lisas y cacharrones, entre los meses fríos de enero a marzo; chocos, de finales de marzo a junio; o  torritos, en verano. Es este un mal tiempo para la pesca, pues la temperatura caliente del agua y la existencia de mucha ceba, algas muertas, ahuyenta los peces.


En los corrales también se cogen almejas, como las deliciosas "del carril". El corralero las localiza por los dos agujeros que escarba para poder respirar, enterradas en el fango. Con ayuda del pincho almejero remueve las piedras y el lodo hasta sacarlas fuera. Es un trabajo laborioso para extraerlas una a una.


Actualmente la Junta de Andalucía ha autorizado al Ayuntamiento de Rota la explotación de tres de estos corrales, ampliándose sucesivamente este permiso al resto. Entre 27 y 30 personas trabajan en estos corrales, con una concesión gratuita de quedarse con los beneficios que produzcan a condición de garantizar su mantenimiento. Un trabajo que supone conservar los caños de salida de agua limpios, mantener los muros, reparar las piedras caídas, limpiar las piedras de hurgar o quitar las piedras grandes que traen las mareas a los pescaeros. A cambio se sacaron el pasado año, en los tres corrales, unos trescientos kilos de lisas y entre cien y ciento veinte kilos de chocos. Antes eran muchas más las capturas porque había en el corral alimento para los peces, como cangrejos y camarones, que los "distraían" mientras comían, dejándolos atrapados en el cambio de mareas. Las de ahora son cantidades que no los hacen rentables, pero la Asociación de Corraleros de Rota quiere seguir con esta tarea de recuperación, por cariño y porque son parte de su propia historia.

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