Como segunda actividad de este Segundo Encuentro en Rota de Blogueros Gastronómicos de Cádiz y Sevilla, organizado por la Delegación Municipal de Turismo, realizamos una visita al Centro de la Mayetería en Rota, situado en el Camino de Santa Teresa. Funcionando desde octubre de 2006, en sus dos hectáreas alberga diversos huertos de ocio para mayores y distintos tipos de chozas utilizadas por estos agricultores que cultivaban sus propias huertas de pequeña extensión, principalmente en Rota, aunque también existían mayetos en Chipiona o Sanlúcar.
El origen de este tipo de explotación es árabe, y así sus edificaciones también recuerdan las de las barracas levantinas, como los antiguos hortelanos de la España musulmana. La explotación, en minifundio, parte del siglo XV en el que la Carta Puebla de Rota otorga terrenos a quienes se comprometieran a vivir y cultivar en mayetería. Con la llegada de los americanos, con la creación de la Base Naval a principios de los años cincuenta del siglo XX, en terrenos que ocupaban muchos huertos de mayetos, esta agricultura cayó en declive. No sólo se les expropiaron los terrenos más fértiles a cambio de otros peores, sino que cambió también la economia de la ciudad, abandonándose el trabajo en el campo. Se mantuvieron algunos huertos para autoconsumo familiar, pero ya el mayeto dejó de vender fuera estos productos.
El nombre procede del mes tempranero en que conseguían las cosechas de sus huertas, mayo, un mes antes que en el resto de explotaciones. Ese logro era el fruto de un cuidado permanente a sus plantas y un gran conocimiento de las características del suelo, los vientos y el clima de la zona. Terrenos arenosos, de sílice, muy permeables que aprovechaban para que conservaran la frescura, pero poco fértiles, por lo que los abonaban con los excrementos de sus bestias. Cuando soplaba el viento de Levante, que seca las plantas, las abrigaba con hojas de palmito; destapándolas cuando el Poniente llegaba para humedecerlas.
La choza originaria de un mayeto era rectangular, edificada con maderas y cañizos, con techo de juncos o de pastos vanos secos, cogidos en las marismas del Guadalquivir, muy trenzados, de forma que conseguían hacerlos impermeables a la lluvia. A veces, se cubría el techo también con algas secas. Cada año había que reponer ese techumbre, reparando los trenzados. Solía tener dos dependencias, separadas sólo por una cortina o una tela de saco. La sala común, donde también dormían los hijos, y el dormitorio del matrimonio. Normalmente se cocinaba en el exterior, que es donde estaban también las cuadras. La casa, con una puerta y una pequeña ventana como respiradero, se construía orientada al Sur, buscando la luz, y dando la espalda a los fríos vientos del Norte.
El trato con el huerto era permanente. Se dice que el mayeto tocaba continuamente sus hortalizas. Este trabajar siempre agachado suponía, en la vejez, contraer una desviación de columna, que incluso tiene nombre médico propio, la anquilosis vertebral roteña. Se regaba, agachado también, con un apero muy específico de la mayetería, la Jarra de riego, terminada en pico para poder hincarla en la arena al terminar la faena, o en los descansos. Se regaba con dos jarras a la vez, una en cada mano, y andando muy rápido para humedecer sólo la capa superficial.
Se obtenían, así, excelentes tomates, pimientos, berenjenas, melones, sandías y las afamadas calabazas roteñas.
Junto a parras e higueras, árboles ancestrales de la dieta mediterránea, también cultivaba frutales, de los que pueden verse en el Centro algunos granados, membrilleros y azufaifos, que dan una fruta que ahora empieza a recuperar su consumo, la azufaifa, con aspecto de aceituna y sabor a manzana dulce.
Cuando mejoró las condiciones de vida de algunos mayetos, también cambió su vivienda. Esta de la fotografía inferior es una choza "de cuchillo pequeño", con la construcción en obra, terminada en pico, con el tejado a dos aguas, todavía vegetal. Actualmente alberga el Museo del Camaleón.
En otra de las edificaciones, la choza de la media naranja, se ha instalado un museo de aperos. Este tipo de edificaciones, mitad de obra y mitad vegetal, con estancias divididas por paredes, corresponden a los mayetos que consiguieron hacer algo de fortuna y ya empleaban a otros trabajadores en sus huertos. Este mayeto rico recibía el mote de pecanorín.
En esta estancia se reproduce, en miniaturas, parte de la vida cotidiana de los mayetos. Se araba con mulos o bueyes; ordeñaba vacas y cabras; cuidaba de gallineros y conejeras, encerradas entre chumberas; se reparaban cercos; se injertaban frutales...Al llegar mayo, toda la familia trabajaba, según su edad o salud. Se empezaba a recolectar. Se preparaban las conservas, como los tomates de colgar, en cal. Se hacía la comida, como el arranque y otros platos roteños con los que terminamos la visita al Centro de Mayetería. Al caer la tarde, el cabeza de familia junto a su hijo mayor, con independencia de la edad que tuviera, llenaba los cerones de los burros e iban andando, junto al animal cargado, a vender a Jerez, a treinta kilómetros por carretera. Llegaban al anochecer y buscaban posada para dormir. Al amanecer empezaban la venta de su cargamento. Volvían al terminar la venta, ahora ya montados en los burros. Comían, hacían una pequeña siesta y volvían a cargar para vender al día siguiente. No había festivos, ni horarios, ni tiempo para parar en las enfermedades. Aunque ahora podamos tener una imagen romántica de esa vida en el campo, no podemos ignorar su tremenda dureza.